MARÍA CLARA SIERRA

Es domingo por la tarde, encuentro a mi abuelo sentado, desempolvando un instrumento, parece ser antiguo. Veo en su mirada una tierna emoción, éste artilugio resulta ser una gran fuente de inspiración para él. Comienzan a surgirle las ideas y sus arrugados dedos bailan con suave delicadeza, plasma tantas palabras como puede. Después de unas horas veo en su cara un tímida sonrisa, ha revivido un sinfín de momentos y recuerdos que lo hacen viajar a aquella época en la que esta herramienta era tan útil para la comunicación como lo es ahora un computador portátil o un teléfono inteligente; con una pequeña diferencia: los mensajes escritos por medio de este artefacto estaban llenos de sentimientos, reflejaban hasta lo más recóndito del corazón, estas palabras eran tan ricas y sustanciosas que lograban representar hasta una delicada caricia. Por el contrario ahora las pocas y secas palabras que se escriben son enviadas instantáneamente y por desgracia son el único contacto que hacemos con los demás. Eso que él escribió es íntimo, suyo y de sus propios sentimientos, él lo comparte con quien quiera y con quien lo merezca, pero ahora todo lo divulgamos como en pública subasta, haciendo dueña de nuestra intimidad a la persona más desconocida, sin saber ella qué podrá hacer con lo nuestro. Seguramente tirarlo a la basura.