Jehová a domicilio
Muchos testigos de Jehová son rechazados a diario, y vivir un día como ellos, no será muy agradable, en cada puerta hay una sorpresa.
Los testigos de Jehová son una congregación cristiana con una denominación milenarista (afirman que Jesús volverá para reinar sobre la tierra durante mil años), antitrinitaria (niegan la validez de dogma de la Trinidad) y anti ecuménica (no creen en la restauración de la unidad de los cristianos).
Fue fundada en 1881 por Charles Taze Russell, quien la presidió hasta 1916 y actualmente es dirigida por un Cuerpo Gobernante desde su sede principal en Nueva York. Según sus propios datos, en 2014 sus publicaciones se distribuyeron en 239 países y territorios; contaban con 8.2 millones de publicadores activos. Para el 11 agosto de 2013 el número de testigos de Jehová, según su página oficial www.jw.org, activos en todo el mundo es de 7.538.994.
Los testigos de Jehová enfocan su vida a diferentes labores, entre ellas, la principal es la de la predicación. Afirman que Jesús mandó a sus seguidores que hicieran “discípulos de gente de todas las naciones” (Mateo 28:19, 20). Cuando los envió a predicar, les indicó que debían ir a las casas de las personas (Mateo 10:7, 11-13). Tras su muerte, los cristianos del primer siglo continuaron esparciendo el mensaje “públicamente y de casa en casa” (Hechos 5:42; 20:20). Hoy en día siguen el ejemplo de aquellos primeros cristianos. Esto es aceptado por ellos, pero las personas a las que tocan su puerta diariamente ¿piensan lo mismo?
Los testigos de Jehová habitualmente son rechazados al momento de su predicación, por lo menos así lo he visto. Las personas se molestan y no quieren ser interrumpidos para escuchar a una señora de falda larga y biblia en la mano diciendo “Dios lo ama… predique la palabra… lea la biblia… vaya a nuestras reuniones”. Esto lo viví yo alguna vez. Tocaron a mi puerta y pensé “¿qué hacen acá estas señoras y por qué me molestan?” y las evadí con la primera excusa que se me pasó por la mente. Pero entonces pensé: ¿qué siente un testigo de Jehová cuando es rechazado, y más de una manera no muy educada? Porque conozco personas que se molestan mucho y les dicen lo más feo que se les ocurra para que no vuelvan a sus casas: Samuel Henao, residente del barrio La Castellana salió a la puerta de su casa, cuando tocaron los testigos, desnudo, a propósito. “Me levanto de la cama y me voy hasta la puerta, la conversación no duró más de un minuto”, efectivamente y como lo buscaba Samuel, la persona se escandalizó tanto que no dudó en irse de inmediato. Otras personas no actúan de esta manera, pero sí se molestan cuando tocan a su puerta, como yo.
El pasado domingo 12 de abril, evidencié esto. Pero no como predicada, sino como predicadora. Busqué una falda negra y larga, me llegaba al piso, me puse también un buzo azul rey, de lana y cerrado, esto me daría un toque más formal y por último usé unos tacones bajitos negros, que tapaba la falda, busqué una biblia y la cargué en el brazo. Creo que ya tenía el aspecto de una testigo de Jehová, ya los había visto y me hice esa idea. Las señoras que me visitaron hace tiempo ya, estaban vestidas casi igual: tenían faldas largas, zapatillas, y ambas usaban camisas manga larga, de cuello tortuga. Recuerdo que hablaban muy despacio y con una calma que hacía dormir, su voz era suave y su mirada reflejaba calma y, cómo no, paz interior. Así que traté de hacerme una imagen de ese día, e imité todo lo que ellas hicieron.
Salí de mi casa a las diez de la mañana, para una urbanización que queda cerca, hay muchos bloques, por tanto tendría muchas casas disponibles para golpear la puerta, eso sí, no era muy seguro que me abrieran, de todo modos a eso se atenían los testigos. Empecé en el bloque número cuatro, estaba alejado de la portería, entonces así no podrían sospechar los porteros. Me subí al ascensor, estaba nerviosa y me preguntaba “¿qué pasa si alguien me deja pasar?”, no era muy probable. Pero si sucedía, ¿yo qué haría?, “bueno eso después lo veré”, me respondí para tranquilizarme.
Llegué al décimo piso, estaba todo en silencio, toqué el timbre del apartamento de la izquierda, que era el 1008. No abrían, conté hasta diez y me fui al siguiente, 1007, “1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10”, no abrieron. Entonces bajé. En el 908 sí me abrieron, toqué el timbre y fue una sorpresa cuando de inmediato la chapa se giró, pegué un brinco, pero respiré para no salir corriendo. La puerta se abrió, era una señora bajita, de pelo corto castaño oscuro, llevaba un jean y una camiseta negra, con la mano iba a terminar de abrir la puerta, pero cuando me vio, la ajustó un poco y asomó su cabeza sin decir nada.
Comencé mi discurso – Buenos días señora, Dios la ama. Vengo a pedirle que me escuche, quiero hablarle de algo que no muchos hablan y es de Jehová. – Con cara extrañada, mientras yo le hablaba, la señora me miraba de arriba hacia abajo. Supongo que se imaginó a qué iba yo. Y seguramente como lo hice alguna vez, lanzó la primera excusa que se le ocurrió – ¡Ay! No puedo, tengo muchas cosas por hacer. – Hacía un gesto con los ojos como tratándome de decir: “estoy incómoda, váyase por favor”, los entrecerraba un poco y hacía una mueca. Traté de insistir más. –
Jesucristo nos ha perdonado los pecados, quiero hablarle de su misericordia. – Daba yo un pequeño paso, para demostrarle que quería entrar y cuando lo hacía, ella miraba mis pies y cerraba otro poco la puerta. – Es que si viera todo lo que tengo por hacer, de verdad que otro día, pero es que tengo que hacer el almuerzo, otro día viene y yo la recibo. – Obviamente, si yo iba otro día tendría otra excusa, pero solo lo hizo por educación. La puerta estaba casi cerrada y solo se veía el ojo de la señora, se dirigía a mí. Poco a poco ajustaba más la puerta mientras decía. – Otro día, muchas gracias –. Cerró la puerta y no me quedó nada más por decir. Primer rechazo. Fue extraño, aunque me lo esperaba, fue incómodo. Noté ahí mismo que no quería recibirme y entendí las excusas, ser evadido no se siente nada bien. ¿Será que así se sintieron las señoras cuando las evité?
Pero los testigos de Jehová no se rinden, ellos entienden y respetan que la gente no tenga tiempo, así que por un momento pensé como ellos y seguí. Porque por mí ya me hubiera ido de ahí, si no me iban a recibir, entonces ¿qué estaba haciendo allá?
Pasé al apartamento del lado, al 907. No abrieron. 808, timbré y escuché unos pasos, entonces me preparé, pero los pasos se detuvieron y noté que alguien se estaba asomando por la mirilla, después de contar los diez segundos, me quedé otros diez más, mirando al frente con cara de ponqué, esperando que ese ojo de la mirilla se dejara ver entero, quería ver quién estaba detrás de la puerta, pero esa persona sabía lo que venía si me abría, aunque no sé por qué se quedó esperando entonces, porque me volteé para irme y ella también se fue.
Cada puerta fue una sorpresa, en el 807 abrió una señora en piyama y hablando por teléfono, abrió mientras terminaba la llamada, así que tuve que esperar a que colgara para exponer de nuevo mi discurso. Pero, no había apretado el botón para colgar y ya me estaba diciendo – Tesorito mira, yo en este momento estoy enfermita, ¿tú eres qué, testigo de Jehová? – Sí señora – Qué bueno, yo soy cristiana evangélica, ¿listo? – Volví e insistí, quería persuadirla, quería saber qué pasaba si me dejaba entrar. – Es muy bueno señora, pues compartimos el mismo amor, el de Jesucristo, y es una alegría para las dos, por eso la quiero invitar a que leamos la palabra. – No linda, ahora estoy trabajando –. No sirvió de nada, de inmediato cerró la puerta, de nuevo me dejaron con la palabra en la boca, no pude decir nada más. Me sentí mal, a nadie le gusta que lo evadan, que lo eviten. Se estaba haciendo evidente lo que planteé como una hipótesis antes de empezar, los testigos de
Jehová son rechazados frecuentemente y no parece nada bueno.
Los testigos de Jehová cuando tratan temas de religión, se esfuerzan por poner en práctica el consejo de la Biblia de hacerlo “con genio apacible”, demostrando “profundo respeto” a la otra persona (1 Pedro 3:15). Saben que habrá quienes rechacen su mensaje. “Sin embargo, a menos que hablemos con la gente, no sabremos qué respuesta recibiremos”. Pero sinceramente no creo que no se sientan mal cada vez que las personas se resisten a escucharlos, ellos no sientan algo de tristeza, o decepción, yo sí.
Bajé al séptimo piso, toqué el timbre. Pero se asomaron también por la mirilla y se apartaron de la puerta, en silencio por supuesto para que no me diera cuenta, pero lo que no sabían es que por debajo se veía la sombra. En los siguientes apartamentos fue muy similar, no podía decir mucho, no me dejaban hablar – Buenos días señor, vengo a de… – Niña ahora no, gracias. – Hola señora,
Dios la ama, quiero contarle… – Tan linda, en este momento estoy ocupada, otro día. – Muy buenos días señor, ¿cómo está? – Muñeca ahora no tengo tiempo. – Buenos días señora, Dios la ama, quiero hablarle del amor de Jesucristo. – Ay yo soy católica, cristiana, apostólica, romana, pero eso de Jehová y esas cosas no –. Cerraban la puerta sin yo haber terminado de hablar, me miraban con pesar, otros con molestia, unos movían las manos indicando que me fuera, como espantando una mosca.
Pero yo quería seguir, quería que me rechazaran más, parecía masoquismo, eso me estaba gustando, pues era justamente lo que estaba buscando, hasta que toqué en el 408: acostumbrada a las respuestas evasivas y a las excusas que ya se habían repetido unas cinco veces, traté de mantener mi sonrisa y hablar con la mayor lentitud y suavidad posible, para mi sorpresa, el señor que me había abierto (sin bañarse aparentemente, pues usaba unas bermudas de sudadera y estaba descalzo) me escuchó y llamó a su esposa, para que escuchara lo que les estaba diciendo, los dos eran parados en la puerta y medio sonriendo – pasa, claro que sí – lo que menos quería que pasara, me estaba pasando. Y ahora ¿qué les iba a decir?
Pasé entonces a su sala, el apartamento era grande, al frente de la entrada estaba la mesa, dispuesta para el almuerzo y una lámpara en el centro desde el techo. La sala al lado era un poco estrecha, pues era contigua a las escaleras del piso de arriba, pero ahí nos sentamos y ellos fueron a llamar a alguien, se escuchaba en voz baja “Sofi ven que una señorita nos va a enseñar la biblia”. No pude ver a “Sofi”, no pasó a escucharme, pero la señora y el señor, que no dijeron sus nombres porque cuando les pregunté estaban organizando las sillas, sí se sentaron, uno al lado del otro al frente mío para escucharme. Las primeras personas que me recibieron estaban encantadas de todo lo que yo les decía, pero debía seguir recibiendo rechazos y miradas extrañas, así que no fue mucho el tiempo que me quedé, aunque por ellos podía hacerlo todo día, me despedí y muy sonrientes me agradecieron las palabras que les había regalado, “palabras únicamente para ustedes, que envía Jehová” como les dije.
De los 7.538.994 testigos de Jehová predicadores, ¿cuántos serán rechazados como lo fui yo en este día?, la cifra es desconocida, ellos no manifiestan eso, excepto Marta Gallón que expresa su experiencia como testigo: “las personas piensan que somos demoníacos, no nos escuchan porque la palabra de Dios a la mayoría de la gente le genera escozor, la denuncia, la cuestiona y la gente no quiere sentirse cuestionada por nada y por nadie. Nosotros somos directos, decimos las cosas como las vemos, como nos las inspiran las escrituras, como nos las han enseñado nuestros maestros. Y a la gente eso no le gusta, pero esa es nuestra misión, nuestra labor y lo seguiremos haciendo siempre. Nos cierran las puertas, nos insultan, no nos escuchan, pero Dios sabe que lo hacemos, y eso es suficiente”.
Ya había pasado al bloque siguiente, al quinto. Subí al último piso y toqué la puerta. Abrió una señora, cuando me vio frunció el ceño, pero no dijo nada, me dejó hablar, mientras tanto miraba cómo mis manos se movían y me miraba la trenza que tenía sobre el hombro, cuando terminé dijo muy seria y contundente – En este momento no me interesa saber nada de eso – Señora, no evada la palabra de Jesucristo, tiene un mensaje único para usted – Niña le dije que no quiero escuchar, no insista más y váyase por favor – Estaba muy molesta con mi presencia, ella realmente no quería verme más, se notaba en su expresión. Cuando desistí y me despedí con un “Dios la ama”, me detuvo y preguntó – ¿Quién la dejó entrar? – Jehová abre puertas donde hay corazones pobres de espíritu y con ser, por eso Él me tiene acá – Niña le hice una pregunta, responda por favor o llamo a la portería. – Opté por decirle que llamara, no había nada que temer. Cerró la puerta de un golpe que retumbó en el piso, quizá en el edificio y como en el primer encuentro, pegué un brinco.
Ya este fue el último porque el portero me buscó y me pidió que me retirara del lugar, pues no estaba permitido, y ya más de cuatro personas habían llamado a reclamar mi presencia, o sea, ya había personas tan molestas como esta señora. Confirmé mi hipótesis definitivamente.
¿Qué hacen entonces estas personas para seguir predicando después de tantos rechazos, la mayoría malos tratos? Se apoyan en Jesucristo y en su palabra. Pero aun no entiendo cómo hacen, yo por lo menos no podría soportar más de lo que viví, esta experiencia no fue muy satisfactoria, para lo que estaba buscando sí, pues lo encontré, pero por un momento sentí una frustración que en lo único que pensaba era en salir corriendo, llevar a Jehová a domicilio, después de todo no es nada fácil.