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¿A quién engaña la ciudad?

En el campo la vida amanece con el canto del gallo y el trinar de las aves. Apenas despuntando el sol se ven los campesinos, azadón en mano, en el hombro una jíquera donde llevan un escaso desayuno y cogen un camino fangoso y empinado para llegar al corte donde les espera una jornada muy larga de trabajo, para ganar el pan para su esposa y sus mal nutridos hijos. En la tarde se les ve regresar a casa con la jíquera vacía y mil dudas y mil preguntas en sus sueños.

 

En la ciudad la cosa es distinta, a veinte pisos del pavimento, donde todo es un bosque de cemento, parece que no tuviera nada que ver con él, nada le interesa, tiene su vida y su situación resuelta, abajo que se entiendan como puedan. A las cuatro y media de la mañana, el silencio deja escuchar el tic tac del reloj y el frío se hace dueño de cualquier movimiento de su cuerpo. Todo permanece en calma, solo parece que estuviera sumido en un vacío eterno, el miedo se apodera de sus pensamientos y solo quiere romper tanta tranquilidad que lo obliga a enfrentarse consigo mismo. Le cuesta aceptarlo, pero la ciudad se ve atrapada en esta misma situación, llenan sus vidas de estruendos, de publicidad, de tanta cosa que pueda embutir ese vacío que esta tan adentro y no quieren descubrir.

 

Una hora más tarde la ciudad comienza a despertar junto con el sol, empiezan a brotar las personas cual colonia de hormigas. El albañil de la torre que va a colgarse de un precipicio, el joven que espera el bus para cumplir con su rutina diaria de estudiar, la señora que tan temprano va al gimnasio buscando una ilusión de belleza que no le dio la naturaleza. Y poco a poco se va abriendo paso al diario vivir, al constante afán y a la carrera a la que todos se apuntan día a día, siguiendo un patrón de belleza y de felicidad que impone la sociedad. Pero en corto tiempo el señor que madrugaba al metro, la señora que abría el local, el anciano que salía a trotar se pierden en tan grande lugar, ya no se reconocen, simplemente son anónimos en tan numeroso tumulto de personas que solo cumplen con asistir a su destino esperando con anhelo el desenlace de su ajetreado día.

 

Finalmente, luego de la jornada que es común para ellos, él, ella y todos sin encontrar nada nuevo vuelven a su casa, si la tienen, a hacerle frente a una realidad silenciosa de la cual la ciudad se apodera, hace que el hombre se llene de bulla, porque el hombre no quiere enfrentar la soledad del mutismo que lo confronta con su ser interior que desconoce, que no le gusta, prefiere ignorarlo con música, con ruidos, con palabras que ni siquiera les encuentra sentido, evade la realidad que no quiere afrontar, se adueña de dioses novedosos que le ofrecen la felicidad y no sabe que son un engaño más que brinda la ciudad.

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